El Papa Francisco llega a Chile en un año caliente
12.01.2018
El próximo lunes 15, el Papa Francisco habrá llegado a Chile, en una visita al continente sudamericano que no continuará en la Argentina, sino en Perú. Pese a que algunos de los obstáculos que dificultaban el viaje del Pontífice a su patria se han ido allanando (por caso, ahora hay una conducción de la Iglesia argentina más comprensiva de su mensaje) el país no ha sido incluido aún en su en su agenda de este año.
No habrá en Chile autoridades argentinas de envergadura, pero los mensajes que Bergoglio emita desde allende la Cordillera sin duda tendrán una audiencia atenta de este lado. El Papa subrayará sus críticas a las políticas "del descarte", que consolidan un destino de marginalidad y exclusión a quienes no tienen instrumentos para integrarse al sistema económico vigente.
En ese sentido, la prédica papal evoca el mensaje de una obra teatral de Simone de Beauvoir, "Las bocas inútiles", en la que, ante una situación de guerra, el poder argumenta que no puede permitirse invertir ineficientemente recursos alimentando personas que no están en condiciones de contribuir a la defensa.
Con la mirada puesta sobre el eficientismo económico y el ajuste insensible, el cuestionamiento papal al "descarte" no debería entenderse como un cuestionamiento a reformas que procuren modernizar la producción y elevar la productividad, sino más bien como el trazado de un límite a la transferencia de los costos de ese proceso a los sectores más vulnerables.
Esto se escuchará en un paisaje marcado por los reclamos de las organizaciones sociales y el horizonte cercano de las discusiones paritarias.
La transgresión de ese límite pone en riesgo, si bien se mira, la concreción misma de aquellos objetivos, porque dispara reacciones sociales que pueden poner en riesgo el equilibrio político y la propia gobernabilidad.
Algo de eso se puso de manifiesto en diciembre durante el debate de la nueva fórmula de cálculo de las actualizaciones previsionales. La reacción frente a un procedimiento precipitado, considerado injusto por una amplia porción de la sociedad y dispuesto sin consultar a los interesados (en principio, los jubilados) terminó haciéndole el campo orégano a grupos inclinados a la violencia nihilista.
Conviene distinguir esos métodos extremos y minoritarios de la naturaleza de las críticas más extendidas y de la expresión cuestionadora pero no violenta de los sectores sociales que se movilizaron.
No parece un signo de sensatez pretender erigir un muro frente a las críticas con el argumento legalista de que "el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes". Ese modelo, resabio de una era en que las elites políticas no habían perdido prestigio y podían reclamar con respaldo ese monopolio, hace tiempo que quedó atrás. Este es, por otra parte, un tiempo más complejo, descompuesta en múltiples grupos de interés y de opinión.
MOVIMIENTOS SOCIALES Y CONTRADEMOCRACIA
Como señala el prestigioso pensador socialdemócrata francés Pierre Rosanvallon, los ciudadanos actuales no se conforman con emitir un voto cada cierto número de años y otorgar así un cheque en blanco a los electos. Tradicionalmente la confianza y la legitimidad eran rasgos esenciales de la democracia.
Sin embargo, sostiene el autor francés, ahora impera la desconfianza se han ido desarrollando prácticas y contrapoderes sociales "destinados a compensar la erosión de la confianza mediante una organización de la desconfianza". Entre esas prácticas, que agrupa bajo el título de "contrademocracia", Rosanvallon incluye "el conjunto de prácticas de control, de obstrucción y de juicio a través de las cuales la sociedad ejerce formas de presión sobre los gobernantes".
La "contrademocracia", así, no es lo contrario de la democracia, sino su complemento. La representación democrática es "el conjunto de los principios y los procedimientos que rigen la participación, la expresión y la representación de los ciudadanos, la legitimación de los poderes así como los mecanismos de responsabilidad y de reactividad que vinculan al gobierno y a la sociedad".
La política encuentra un desafío y una oportunidad en estas circunstancias: su poder se enraizará si es capaz no sólo de ganar elecciones, sino de contener y dar proyección a la pluralidad que surge en espacios de confrontación pública y mejorar la toma de decisiones de modo que el interés común sea superior a las diferencias.
Se trata de vencer y convencer. Pero se trata de actuar y resolver en el curso de los conflictos. Desde 2001 las protestas callejeras, las cacerolas y la desconfianza antipolítica recorren el mundo. De allí surgen, a veces, outsiders que pueden transformarse, inopinadamente, en emergentes del disconformismo y la decepción.
Esa reacción refleja la preponderancia de las simplificaciones y el cortoplacismo sobre las necesidades estratégicas y los procesos más complejos. Revela también la decepción de los ciudadanos ante la impotencia de los poderes nacionales, incapaces de controlar las fuerzas mayores de la época, que tienen sustancia transnacional y reflejan el establecimiento de una sociedad mundial y una economía globalmente integrada.
EL PAISAJE INTERIOR
Cuando las fuerzas parlamentarias propias son insuficientes, la mayoría de los gobernadores son ajenos y la calle es un territorio ajeno, los acuerdos se revelan indispensables para gobernar. Cuando el gobierno acuerda, las decisiones fluyen. Cuando eso no ocurre, el gobierno tiene que demorar sus propuestas (ocurre en estos días con la reforma laboral) o puede ser paralizado por el cepo de la impotencia. Necesita acordar inclusive en el seno de su propia coalición, donde hoy desde Carrió hasta sectores de la UCR resisten decisiones.
El dispositivo de poder, para funcionar, necesita que las piezas fundamentales trabajen en conjunto. Hay un entramado de poder cuyos hilos básicos son los núcleos de gobierno (de Nación, provincias, municipios). Allí hay una coincidencia objetiva: todos necesitan afirmar gobernabilidad y asociarse para sostenerla. Desde esos poderes territoriales el sistema se extiende al Congreso, particularmente al Senado, donde el peronismo ejerce la mayoría.
El gobierno por momentos ha comprendido esta lógica, pero a veces la impaciencia lo empuja a la confrontación contraproducente. Los sindicatos son piezas importantes en ese damero. Sugerir, con el ejemplo de algunas manzanas podridas, que esa pieza es un reino de mafiosos puede ser un buen recurso de entretenimiento si el gobierno tiene que desviarse de promesas y objetivos, pero no parece la forma de consolidar un poder nacional sustentable.
Convertidos los partidos en meras maquinarias paraestatales antes que en laboratorios de ideas y puentes entre las preocupaciones y aspiraciones de la sociedad y las respuestas del Estado, la democracia queda vaciada de dinamismo y de capacidad para generar nuevas propuestas, iniciativas y mecanismos constructivos de participación ciudadana.
PROTESTA Y POLITICA: NO AL DESASTRE
Un sistema político debe tener más dimensiones que la mera articulación de poderes estatales. Debe estar integrado con fuerzas políticas sólidas y vivas. Custodios y productores de ideas y valores.
Las protestas, de su lado, funcionan como erupciones de demanda, pero hacen falta ideas que filtren y elaboren los reclamos con criterios que los conduzcan más allá del pataleo momentáneo. La política implica proyectar el mediano y el largo plazo y empezar a construir lo que se verá como obra más adelante.
Para la lógica de los sucesos, la inmediatez, la "liquidez", la fugacidad, hay instrumentos (medios, redes) mejor preparados que los partidos y los poderes. Pero la estrategia de una sociedad necesita ir más allá de la urgencia.
La política, tiene que actuar en un tejido de procesos, que necesitan persistencia, organización y acuerdos para perfeccionarse. Sin esa perspectiva, seguirían prevaleciendo la grieta, la crisis y el descarte. Así, se haría más difícil que el Papa nos visite.
Fuente: CONSENSO PATAGONICO