¿Pobreza en baja o maquillaje electoral? El Indec, los números y la Argentina que no aparece en las estadísticas.
28.09.2025
El gobierno celebra una baja en la pobreza, pero detrás del dato hay postergaciones metodológicas, sesgos formales y una realidad que no entra en la encuesta. ¿Qué pasa cuando los números no cuentan lo que vemos en la calle? ¿Y qué rol juega la política en la forma de medir la miseria?
¿Pobreza en baja o maquillaje electoral? El Indec, los números y la Argentina que no aparece en las estadísticas.
El gobierno celebra una baja en la pobreza, pero detrás del dato hay postergaciones metodológicas, sesgos formales y una realidad que no entra en la encuesta. ¿Qué pasa cuando los números no cuentan lo que vemos en la calle? ¿Y qué rol juega la política en la forma de medir la miseria?
La pobreza bajó. O eso dice el Indec. En el primer semestre de 2025, el 24,1% de los hogares argentinos está bajo la línea de pobreza, lo que representa al 31,6% de las personas. Un número que, en cualquier país serio, debería encender todas las alarmas. Pero en Argentina, donde la estadística se ha vuelto campo de batalla, ese dato se presenta como un logro. Como si tener a uno de cada tres argentinos en situación de pobreza fuera motivo de festejo.
La economista Agustina Haimovich, del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, lo dijo sin eufemismos: “No se puede afirmar que se está mintiendo, pero se están postergando las actualizaciones metodológicas para después de las elecciones. Es una decisión política”. Y ahí está el núcleo del problema: no es solo lo que se mide, sino cuándo y cómo se decide medirlo.
Porque si algo caracteriza a este gobierno es su obsesión por el relato. No el relato como construcción cultural o narrativa identitaria, sino como maquillaje. Como forma de encubrir lo que no se puede mostrar. Y en ese sentido, los números del Indec se han convertido en una herramienta más de campaña.
La baja en la pobreza, según Haimovich, era esperable. No por una mejora estructural, sino por la desaceleración de la inflación luego del shock devaluatorio que el propio gobierno provocó al asumir. Es decir: primero se genera una crisis, luego se mide la recuperación parcial como éxito. Un clásico de la política argentina, donde el incendio y el bombero suelen tener la misma firma.
Pero lo más grave no es la manipulación del relato, sino el sesgo estructural de la medición. La Encuesta Permanente de Hogares (EPH), base de los datos del Indec, releva únicamente salarios formales. Y en un país donde la informalidad laboral supera el 40%, eso equivale a mirar la pobreza con anteojos oscuros. Como si el universo de changas, trabajos precarios, monotributistas encubiertos y economía popular no existiera.
Además, la EPH tiene un problema conocido pero tolerado: la subdeclaración de ingresos. Las familias tienden a declarar menos de lo que ganan, por múltiples razones. Pero mientras ese sesgo se mantenga estable, no afecta la evolución del indicador. El problema es que en contextos de crisis, ese sesgo se amplifica. Y entonces, los datos dejan de reflejar la realidad.
La pobreza, en Argentina, no es solo un número. Es una experiencia cotidiana. Es el comedor que no da abasto, el pibe que deja la escuela para ayudar en casa, la jubilada que elige entre comprar medicamentos o comer. Es el barrio sin gas, sin cloacas, sin transporte. Es la periferia que no entra en la encuesta, porque la encuesta no llega hasta ahí.
Y en ese sentido, la postergación de las actualizaciones metodológicas es más que una decisión técnica. Es una forma de invisibilizar. De correr el foco. De evitar que los datos reflejen lo que realmente está pasando. Porque si se actualizara la canasta básica, si se incorporaran los gastos reales de las familias, si se incluyera la informalidad, la pobreza sería mucho más alta.
Pero claro, eso no conviene. No en año electoral. No cuando se necesita mostrar gestión. No cuando se apuesta a la estabilización como narrativa de éxito. Entonces, se posterga. Se maquilla. Se celebra una baja que no se siente en la calle.
En Tierra del Fuego, por ejemplo, donde el desempleo industrial ha dejado cicatrices profundas, los números del Indec suenan a burla. ¿Cómo puede haber menos pobreza si hay más despidos, más cierres de fábricas, más migración forzada? ¿Cómo se mide la pobreza en una provincia donde el costo de vida duplica el promedio nacional y donde los ingresos informales son la norma?
Lo mismo ocurre en Chubut, en Santa Cruz, en La Rioja. En todas las provincias periféricas donde la economía real no entra en la estadística. Porque la EPH se concentra en los grandes aglomerados urbanos. Y entonces, lo que no se mide, no existe. Y lo que no existe, no molesta.
La pobreza, además, no es solo monetaria. Es estructural. Es acceso a servicios, a educación, a salud, a conectividad. Es calidad de vida. Y en ese sentido, la medición del Indec es limitada. Porque compara ingresos con una canasta básica que no contempla la diversidad territorial, ni los costos diferenciales, ni las necesidades específicas de cada región.
¿Puede considerarse pobre a una familia fueguina que gana $1.200.000 pero paga $400.000 de alquiler, $150.000 de gas y $100.000 de transporte? ¿Puede considerarse “no pobre” solo porque supera la CBT? ¿Dónde queda la pobreza energética, la pobreza habitacional, la pobreza educativa?
La respuesta es simple: queda afuera. Porque no se mide. Porque no entra en el Excel. Porque no conviene mostrarla.
Y entonces, el dato del Indec se convierte en una pieza más del engranaje electoral. En una cifra que se repite en los medios, que se usa en los discursos, que se instala como verdad. Aunque no lo sea. Aunque contradiga lo que vemos todos los días.
La crítica no es al Indec como institución. Ni a sus técnicos, que trabajan con seriedad. La crítica es al uso político de los datos. A la decisión de postergar actualizaciones. A la forma en que se construye el relato oficial.
Porque si algo necesita Argentina es honestidad estadística. Datos que reflejen la realidad. Indicadores que permitan diseñar políticas públicas efectivas. Y no números que sirvan para la campaña.
La pobreza no se combate con encuestas. Se combate con trabajo, con inversión, con redistribución. Con políticas que lleguen a la periferia. Con decisiones que prioricen a los últimos. Y para eso, primero hay que verlos. Medirlos. Contarlos.
Mientras eso no ocurra, los datos del Indec seguirán siendo eso: datos. Fríos, incompletos, funcionales. Y la pobreza seguirá siendo lo que es: una herida abierta. Que no se cierra con relatos.
Fuente: CONSENSO PATAGONICO