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Robledo Puch íntimo: el amor enfermizo por su amigo cómplice y el día que amenazó de muerte a su padre

31.01.2023

A poco de cumplirse 51 años de su caída, y en medio de su pedido de libertad para ser alojado en un asilo, dos de las personas que más marcaron al asesino con cara de ángel: su amigo Jorge Ibáñez y su padre Víctor

Robledo Puch íntimo: el amor enfermizo por su amigo cómplice y el día que amenazó de muerte a su padre
A poco de cumplirse 51 años de su caída, y en medio de su pedido de libertad para ser alojado en un asilo, dos de las personas que más marcaron al asesino con cara de ángel: su amigo Jorge Ibáñez y su padre Víctor

Carlos Eduardo Robledo Puch llegó al mundo por un milagro.

Eso pensaba su madre Aída, que no podía quedar embarazada. Hizo un tratamiento, recurrió a remedios caseros y rezó. No quería pasar por este mundo sin ser madre. Su marido, Víctor, no estaba tan convencido.

El 19 de enero de 1952, nació Carlos Eduardo. Infancia sin sobresaltos, a veces centro de burlas de sus compañeros, aprendiz de pianista, travieso en la escuela, Carlos parecía un chico como cualquier otro.

El raid de crímenes de Robledo Puch

Pero entre 1971 y 1972 mató a once personas por la espalda o mientras dormían. Tuvo dos cómplices: Jorge Ibáñez, su mejor amigo, y Héctor Somoza, a quien mató a balazos y lo quemó con un soplete en su último delito. Está preso desde entonces.

El 4 de febrero de este año se cumplirán 51 años de su detención. Ahora quiere salir y su abogado Jorge Alfonso logró que un asilo de San Nicolás, a cargo de un sacerdote, esté dispuesto a alojarlo. Pero falta la firma de los jueces y las pericias.

La última imagen de Robledo en libertad es esposado, mirando hacia atrás desde el patrullero, como su madre se quedaba llorando en la puerta de su casa de Villa Adelina.

Los padres de Robledo Puch

Cuando su hijo fue detenido, Aída intentó matarse de un disparo. La bala le rozó los lentes y desvío su trayectoria. En esa casa siempre habitó la muerte. Tiempo antes, su madre -la abuela de Robledo- se desplomó de un infarto sobre una torta que estaba preparando.

“Mi hijo no sólo se mató a sí mismo: mató a los familiares de las víctimas, a sus antepasados, a sus descendientes; mató a los que dejó vivos. Mató a toda la humanidad”, llegó a decir su padre Víctor. Su hijo nunca se lo perdonó.

Ante los problemas psiquiátricos de Aída, Víctor la dejó por otra y dejó de visitar a su hijo. Las matanzas también lo habían devastado. Se debatió si correspondía detener a los padres, la gente les gritaba asesinos “padre de la bestezuela”, lo echaron del trabajo y terminó viviendo en una pensión.

Se puso en pareja. Vendió el piano y otros objetos de valor para sobrevivir.

Una vez le confesó a una vecina que su hijo le había escrito.

-¿Te escribió Carlitos? Qué buena noticia -le dijo la mujer.

-Leela, no es ninguna buena noticia -le respondió Víctor. Fue a mediados de los ochenta.

La carta decía:

“Lo primero que voy a hacer cuando salga de acá es matarte a vos. Andá pensando cómo vas a hacer para mantenerme”.

Desde ese día, lo que más quiso en la vida es que su hijo no saliera nunca más de la cárcel. El hombre tiró a la basura muchas cosas de su hijo. Lo que había llegado como un milagro se había convertido en una maldición.

Hace poco más de 20 años, poco tiempo antes de la muerte de su padre, Robledo se disfrazó de Batman, capa, antiparras y prendió fuego el taller de Sierra Chica. Una psicóloga llamó a su padre para que lo visitara, durante su internación en Melchor Romero, porque hacía cuatro años no lo hacía. Se vieron esos días. Y su padre nunca regresó.

 

El cómplice

Siempre dijo que su hijo no hubiese sido asesino si no fuera por la influencia de Jorge Antonio Ibáñez, hijo de un experto ladrón que conoció al Angel Negro en el segundo año del Instituto Cervantes de Vicente López. Robledo lo admiraba porque era decidido. Le contó que robaba motos. Ibáñez le dijo: “Hay que ir por cosas más grandes”.

Le decían Queque, era rosarino y se jactaba de entrar por las noches en las iglesias a robar la limosna que dejaban los fieles.

“Robar te da adrenalina”, le dijo a Robledo Puch el día que lo conoció, cuando el joven de rizos dorados no había cometido grandes robos ni matado. El padre de su amigo le dio una pistola y le hizo practicar tiro en el patio de su casa.

Lo que siguió fue vértigo y muerte: la dupla cometió unos 20 robos y no dejaron vivo a ningún testigo. En una pizzería de Vicente López, El Ancla, habían sellado un pacto por el que no dejarían vivo a ninguna de sus víctimas.

Lo llamativo es que Robledo se ensañó con las dos víctimas mujeres que intentó violar Ibáñez. Higinia Rodríguez, una trabajadora, y la modelo Ana María Dinardo. Las mató de cinco balazos a cada una. Como si tuviera celos de su compañero.

Es más, cuando Ibáñez abusó de una mujer después de Robledo matara a su marido, le disparó a la cuna donde lloraba una beba.

Ibáñez quería dejar de robar y dedicarse a la actuación. Robledo no quería.

Su amigo nunca imaginó que el 5 de agosto de 1971 iba a ser el último día de su vida.

Tenía 17 años y sus últimos segundos los pasó como acompañante de Carlos Eduardo , de 18, que en ese momento manejaba el Siam Di Tella de su padre antes de chocar contra un taxi en la avenida Cabildo y Quesada, en Núñez.

El asesino con cara de ángel saltó del auto antes del impacto, pero su amigo murió en el acto. En ese episodio, quizá ocultó dos de los mayores secretos de su vida.

El primero: los familiares de Ibáñez siempre estuvieron convencidos de que Robledo mató a su amigo y simuló un accidente de tránsito.

Tras el hecho, su comportamiento fue errático: salió corriendo y se llevó los documentos de su amigo. La comisaría 35a de la Policía Federal cerró la causa como accidente.

“Fue un crimen planificado. A Carlos siempre le gustaba chocar, contra árboles o contra ovejas en las rutas, y practicaba saltar antes de salir golpeado, tenía una gran habilidad. Pero esa vez con Jorge creemos que armó todo. Lo mató y sabemos los motivos”, dijo a Infobae la única familiar viva que queda de Ibáñez, que pidió reserva de identidad.

“Fue una desgracia. Yo me salvé de milagro”, declaró Robledo, que no fue al velatorio de su mejor amigo con la excusa de que tenía el brazo vendado y se sentía dolorido.

¿Por qué Robledo habría matado a su mejor amigo?

La teoría que maneja la pariente de Ibáñez es reveladora: “Los policías sospecharon que lo había matado para que no lo delatara, pero eso era imposible porque ellos habían hecho un pacto de sangre y de hermandad. Eran compinches. Pero Carlos se había enamorado de Jorge. Me lo dijo a mí. Y Jorge me lo contó una vez. No sé si tuvieron algo, pero Carlos no se sintió correspondido. A esa altura Jorge quería dejar el delito para dedicarse al mundo del espectáculo. Y salía con varias chicas”, dijo a Infobae.

Según su familia, el Angel Negro lo mató por despecho. Para la policía, murió en un accidente. Robledo dice lo mismo y acusa a su ex amigo de haber cometido los crímenes.

Cuando lo detuvieron hace casi 51 años, culpó a Ibáñez por los crímenes. “Yo sólo robaba, él me ordenaba matar, pero como yo me negaba lo terminaba haciendo él”.

Nadie le creyó.

Robledo siempre habló pestes de los homosexuales y dijo que tuvo una novia llamada Mónica, lo que es verdad.

La familiar de su amigo insiste: “Jorge quería abandonarlo, dejar esa mala vida. Quería trabajar en novelas o en películas. Antes de morir le dijo a mi mamá que se fuera porque podía llegar a pasar algo. Quería cortar el vínculo que tenía con Carlos, que lo amaba y lo mató porque Jorge iba a dejarlo. Jorge tenía un gran corazón, era buen mozo y quería retirarse del delito, pero el monstruo de Robledo Puch lo arruinó”.

Fuente: INFOBAE

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