DEPORTES

Un paseo por el museo que el ex árbitro Ángel Sánchez montó en su casa: de las camisetas de Riquelme y Francescoli a la colección más curiosa

10.01.2023

El ex juez, mundialista en Corea-Japón 2002, atesoró todo lo que reunió en su carrera y lo tiene exhibido: “No faltan ni las cosas que me tiraron, como encendedores o celulares”

Un paseo por el museo que el ex árbitro Ángel Sánchez montó en su casa: de las camisetas de Riquelme y Francescoli a la colección más curiosa
El ex juez, mundialista en Corea-Japón 2002, atesoró todo lo que reunió en su carrera y lo tiene exhibido: “No faltan ni las cosas que me tiraron, como encendedores o celulares”

“Lo que más me impresionó de Maradona fue que no se sentía cuando él le pegaba a la pelota, porque era como que tenía un guante en el pie y la acariciaba. Técnicamente fue lo mejor que vi a lo largo de mi carrera. Dentro de la cancha era un fenómeno también ayudando a los árbitros, cumpliendo la regla. Aquellos que son dotados, en general, no son problemáticos, porque se dedican a jugar, su pasión es la pelota”. La soleada tarde de Parque Chacabuco parece detenerse un instante por las sentidas palabras del dueño de casa. Ángel Sánchez recorrió un largo camino en el arbitraje, con el que sigue vinculado, y nos dejó una frase hermosamente futbolera, en medio de sus recuerdos, sentado entre camisetas y objetos en su museo personal.

“Esto nació por mi esposa en 1999, cuando me tocó ir la Mundial juvenil de Nigeria y ella empezó a juntar material que salía en los medios. En una pequeña sala que había en el medio de la casa, armó el primer museo. Le fue gustando el hecho de ir incorporando cada vez más cosas hasta el momento en que decidimos hacer una remodelación muy grande y en la que había sido la habitación de mi hijo, teóricamente estaban la arena, el cemento y los elementos de los albañiles. Como yo dejaba el auto afuera, entraba y eso siempre estaba cerrado y no veía nada. En 2004, el 11 de octubre, día del árbitro, se abrieron esas puertas de sorpresa y allí estaba instalado este nuevo museo. Aquí tenemos carpetas con recortes, fotos, camisetas mías y muchísimas de jugadores, que fui ordenando por categorías: Primera División, Ascenso, internacionales. Incluso los trajes que utilicé en los viajes. Hay casacas especiales, como las de Riquelme o Francescoli, pero con el orgullo de que yo estaba en la cancha con ellos ese día. Al ser protagonista, quizás no le di valor en el momento, al que sí se lo otorgo ahora. No podían faltar las cosas que me tiraron, como celulares, radios y encendedores, que forman parte de la vida del árbitro (risas)”.

Es un placer para cualquier futbolero recorrer con todos los sentidos ese espacio construido con amor y en el que se refleja la pasión de toda una vida, la que germinó en las calles sureñas: “Desde muy chico siempre fui fanático del fútbol. Nací y viví en Lanús, club del que fui socio e incluso llegué a jugar en sus divisiones inferiores. Uno de los recuerdos más nítidos de mi infancia es ver a mi vieja planchando el guardapolvo el domingo y nosotros regresando de la cancha con mi viejo, porque éramos de ver muchos partidos en cualquier estadio. Él tenía una bicicleta con un pequeño asiento y cuando volvía de trabajar, me subía allí y nos íbamos a ver el entrenamiento del Granate. Cuando yo era más grande, vino a vivir justo enfrente de mi casa Juan Carlos Crespi, que en ese momento dirigía en el Ascenso. Por el torneo de Primera C, una tarde Lanús recibió a Chacarita y yo creía que él no había dirigido muy bien (risas). Lo critiqué y entonces me dijo: “Vos que pensás que sabés tanto. ¿Por qué no te anotás en la escuela de árbitros?”. Y fue él mismo el que me inscribió y así comenzó mi relación con esto que fue una parte tan importante de mi vida”.

Como en tantas historias, un comienzo casi sin querer, para ser el punto de partida de una carrera que llegó hasta lo más alto: “Los primeros fueron años complejos, como el recordado partido entre Luján y Acassuso, donde actué como asistente y debimos simular una victoria del local, porque el árbitro Félix Molina había sido agredido. Estábamos rodeados por unas 500 personas dentro de la cancha, donde no había policías. No había forma de salir sino continuábamos el encuentro. Convencimos a los muchachos de Acassuso de que seguíamos, pero el resultado ya era favorable a ellos por el informe que íbamos a confeccionar. Se dejaron ganar dentro del campo y así pudimos salir con vida, aunque el partido obviamente ya estaba suspendido legalmente. Ahí me di cuenta de que, por lo menos, tenía la valentía de poder dirigir. Seguí en esa función cuatro años más, dos en Primera C, luego en la B hasta llegar a las categorías superiores”.

Tras haber hecho todo el escalafón de la profesión y con buenos rendimientos en la B Nacional, a las pocas fechas de iniciarse el torneo Clausura 1993 le iba a llegar la soñada chance del debut en Primera División, aunque en medio de una compleja circunstancia personal: “Una de mis hijas estaba internada por una posible meningitis, un momento muy difícil y por ello no tuve ansiedad ni nerviosismo por el debut, porque tenía cosas más importantes en mi cabeza. Por suerte, cuando estaba por salir rumbo al estadio, nos dieron los resultados positivos, en los que se descartaba esa enfermedad. Dirigí en Vicente López en un partido que Deportivo Español le ganó a Platense por 3-1. Era un momento de grandes equipos y muy buenos jugadores en nuestro país, como el Vélez de Carlos Bianchi, el Independiente de Miguel Brindisi o el River de Ramón Díaz. Había futbolistas de enorme calidad, ya que compartí cancha con Maradona, Riquelme, Gorosito, Francescoli, Aimar, Burruchaga, el Tata Martino y el Negro Palma, entre otros. Fui de la generación que tuvo la suerte de coincidir con el momento en que FIFA decidió bajar la edad de los árbitros internacionales de 50 a 45 años, por lo que cuatro argentinos (Bava, Crespi, Biscay y Hay), por cuestiones de edad debían dejar su lugar y Elizondo, Ruscio, Olivetto y yo ascendimos a esa categoría en 1994?.

Aquellos eran los tiempos del regreso de Diego Armando Maradona al fútbol argentino. Primero con la camiseta de Newell´s, luego como DT de Racing y Mandiyú y más tarde, nuevamente con los cortos y en su amado Boca Juniors. Ángel Sánchez tuvo mucho contacto con él en ese momento: “Lo dirigí en un amistoso, que terminó siendo su último partido con la camiseta de Newell´s, contra Vasco da Gama en el Parque Independencia. Ahí me quedó una anécdota, antes de dar el pitazo inicial, cuando escuché al Tata Martino decir: “A éste lo tenemos que cuidar porque nos hace ganar plata a todos”. A lo que le respondí: “A ustedes le hará ganar, porque a mí, seguro que no” (risas). Diego era más conflictivo como entrenador y yo lo padecí en Corrientes cuando era DT de Mandiyú, una noche contra Independiente. Al finalizar el partido que perdieron, protagonizó un escándalo, que me generó algunos inconvenientes de orden familiar, por lo que sufrió mi familia, ya que, en la polémica, yo estaba contra Maradona y nadie se ponía de mi lado. A través de la Asociación Argentina de Árbitros le iniciamos una acción por daños y perjuicios, que con el paso del tiempo le gané. Diego tenía una vida tan intensa, que luego ya ni se acordaba de aquello, un episodio insignificante en su brillante carrera”.

El último año del siglo XX fue fundamental en el crecimiento de Sánchez como árbitro internacional, con destacadas actuaciones en distintos torneos: “Siempre tendré presente la frase que me dijo quien era nuestro director en ese momento: ‘Ángel: vos tenés que estar preparado porque el tren pasa y hay que estar listo’. Me fue muy bien dirigiendo el Sudamericano disputado a principios de año en Mar del Plata, que me posibilitó estar en el Mundial sub 20 de Nigeria y por las actuaciones tuve a mi cargo la final entre España y Japón. Fueron tres años de un nivel parejo que desembocaron en la Copa del Mundo de Corea y Japón, pero que tuvieron como mojón aquel Boca – River en la Bombonera por la Copa Libertadores del año 2000. Eran tiempos donde no era común, como se dio después, que se eliminaran entre sí en torneos continentales. Tuvo mucho que ver lo que pasó en la previa, con la frase de Gallego, sosteniendo que si Bianchi lo ponía a Palermo, él lo llevaba a Francescoli. Fue una noche de enorme pasión, con las dos hinchadas, que le dan un marco único al fútbol. Muchas veces me han preguntado por qué no seguí el partido después del gol de Palermo y mi respuesta siempre es: porque no tenía ningún sentido. Era tanta la emoción que había en ese estadio, que no había más nada que hacer. Fue uno de los cotejos más trascendentes de mi carrera”.

Carlos Bianchi fue una figura que marcó a fuego el fútbol argentino de aquellos años por sus éxitos y una manera de ser particular, admirada por muchos. A partir del conocimiento del protagonista, Ángel traza un paralelo con la actualidad: “Era un técnico correcto, que no protestaba, pero lo mandaba a su ayudante, Carlos Ischia, a hacerlo. Era de comentarle cosas a mis asistentes, como: ‘Mirá los penales que cobra Sánchez’. Se manejaba con sorna e ironía, pero era un caballero, y más cuando uno quizá se quejaba con aquellos entrenadores, pero los de ahora no tienen nada que hacer al lado de ellos. Si se enojaban, como era lógico, lo manifestaban con gran respeto. Creo que todo ha cambiado, porque las nuevas generaciones, de árbitros y de jugadores, son diferentes y se ha deteriorado mucho la relación entre ellos. Antes, la protesta terminaba en la cancha, mientras que hoy, con los medios y las redes, las polémicas parecen no concluir nunca. Antes era muy poco común que se rodeara a un árbitro, porque el futbolista sabía cuál era su límite. Hoy desde mi rol de capacitador visualizo que se protestan hasta los laterales. Lo que se vive como sociedad se traslada muchas veces al campo de juego”.

Por una cuestión de edad, en 2002, Sánchez ya había abandonado el ritual de poner los zapatos a la espera ilusionada de los Reyes Magos. Sin embargo, el 6 de enero de ese año, recibió un magnífico regalo: “Me llamó el Negro Aníbal Hay: ‘Ángel sos el árbitro argentino en el Mundial’”. Lo único que hice fue abrazarme y llorar junto a mi esposa, porque fue una emoción inmensa. Ella me dijo que lo íbamos a vivir desde ese momento, porque es algo que pasa muy rápido, así fue y me ayudó mucho a tomarlo de manera más natural. En marzo viajé a Corea para la revisación y las pruebas físicas. Ella me acompañó, pero no fue una época fácil, porque veníamos del fin de 2001 y cada vez que hacíamos cuentas nos queríamos matar (risas). Fue una gran experiencia desde todo punto de vista, sobre todo por el hecho de estar en una sociedad tan diferente y organizada. Tengo grandes recuerdos de los dos partidos que me tocaron en el torneo. El primero fue Sudáfrica vs Eslovenia, muy tranquilo y sin inconvenientes y luego llegó el más importante de mi carrera: Corea del Sur versus Portugal, donde ambos se jugaban el pase a la segunda ronda. Debí tomar decisiones importantes y se dio una situación inédita, como el hecho de que un futbolista agreda a un árbitro. Fue una jugada muy clara que se puede ver en YouTube (risas), en la que Joao Pinto va desde atrás y a las rodillas del adversario, en una acción de juego brusco grave sin disputa del balón. Le mostré la roja directa apenas pasados los 20 minutos, eso lo sacó y me pegó un cortito en el medio del tumulto, cosa que se pudo verificar en las fotos. Obviamente que me alteró, pero seguí adelante. Estaba Figo que me dijo: ‘Estás nervioso porque Argentina quedó fuera del Mundial’ y yo le respondí: ‘Vos estás quedando eliminado también’ (risas). Además de quedar conforme con mi tarea, me llevé un hecho inmenso para un futbolero, como que viniera una leyenda como Eusebio a pedirme disculpas en nombre de su federación. Me hubiese gustado tener un partido más, pero eso no me quitó la felicidad de estar ahí”.

Cuatro años más tarde de aquel hito mundialista, que lo marcó para todos los tiempos, le había llegado la hora del retiro: “Por suerte terminé muy bien la carrera, con un lindo partido entre Racing y San Lorenzo en Avellaneda, con amigos y la familia en la cancha, que me llenaron de plaquetas y recuerdos de todo tipo. Si alguien me hubiese contado en 1980, cuando ingresé en el curso, que así iba a ser mi trayectoria y que iba a estar ligado al fútbol por más de 40 años, no lo hubiese creído. Allí tuve la suerte de ingresar en los medios, siendo analista de Fernando Niembro en la televisión y más tarde escribiendo columnas en diarios. En 2016 regresé a la AFA, llamado por Elizondo y Baldassi, para trabajar como secretario técnico de mis colegas. Siento que fui tocado por la varita mágica al poder seguir vinculado a la gran pasión de toda mi vida”.

La actualidad lo encuentra dedicado a pleno en las labores con los jueces, con la controversial función del VAR, que se encargó de explicar: “Los árbitros deben ser homologados, porque no cualquiera puede ingresar a una cabina de VAR. Para ser autorizados, es un caso similar al de los pilotos de avión, que suman horas de vuelo. Aquí se da una situación igual, porque deben acumular horas de cabina. Todos los antecedentes se envían a FIFA, que es quien lo certifica. Aquí fue un trabajo de más de dos años. Esto es del punto de vista técnico, mientras que, del lado del juego, deben tener en cuenta las manos, el juego brusco grave o conducta violenta. Y ahí está mi función, que es la capacitación. La gente debe quedarse tranquila, porque el VAR chequea absolutamente todo, revisando las jugadas desde su inicio. Siempre habrá cuestiones de interpretación y errores humanos, pero se ha mejorado muchísimo el grado de aciertos”.

El árbitro no tiene hinchada. Es una vieja frase del fútbol. Pero con Ángel Sánchez, uno se siente más cerca del sentimiento de aquellos encargados de que haya justicia dentro de una cancha, por la simpleza del mensaje. Y le da las gracias por ello, como de haber podido recorrer un par de horas un museo que es la panacea de cualquier fanático de la número cinco.

 

Fuente: INFOBAE

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