Los anuncios de Batakis, las reacciones en el Gobierno y la calle: Entre los ataques especulativos y la deuda social
17.07.2022
El discurso de la ministra. El internismo, puesto en pausa. El gasto estatal, medidas. La crisis y la necesidad de cambios en el Gabinete: diferentes posturas. El diagnóstico económico del Gobierno, el de los aliados. El contexto exterior, su impacto, reformas en debate, una necesidad.
Los anuncios de Batakis, las reacciones en el Gobierno y la calle: Entre los ataques especulativos y la deuda social
El discurso de la ministra. El internismo, puesto en pausa. El gasto estatal, medidas. La crisis y la necesidad de cambios en el Gabinete: diferentes posturas. El diagnóstico económico del Gobierno, el de los aliados. El contexto exterior, su impacto, reformas en debate, una necesidad.
La renuncia de Martín Guzmán empeoró el legado que recibió --sin beneficio de inventario y sin tiempo para respirar-- la ministra de Economía Silvina Batakis. Las dilaciones del Gobierno para encontrar o designar reemplazante dieron changüí a los grandes jugadores que empujan hacia la devaluación. Los exportadores de productos agropecuarios usan los silobolsas como colchón. No venden, esperan al dólar recontra alto.
Los relatos hegemónicos avivan temores de otros actores, todos se “protegen”. El desabastecimiento carece de razones salvo la memoria y los reflejos de muchos argentinos. No están conjurados pero sí actúan de modo parecido en lo que entienden como defensa propia. El chiquitaje compra un puñado de dólares en el mercado ilegal. Los Federicos Braun de este mundo remarcan. Los pequeños comerciantes retraen la oferta porque no saben el costo de reposición ¿Desabastecimiento cuando hay producción y consumo? Pasó en el Primer Mundo con el papel higiénico cuando despuntaba la pandemia.
En la semana que hoy termina, Batakis anunció las medidas más urgentes, fiscalistas, de contención del gasto estatal. Se colgó (por fin) el formulario para concretar la segmentación de las tarifas energéticas.
Siguieron las reuniones o charlas entre el presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el presidente de la Cámara de Diputados Sergio Massa. Se veló para impedir o amenguar filtraciones. El gesto político fue un arranque de lucidez ante un escenario temible. Dura más de una semana, es algo.
La puesta en escena del discurso de Batakis, acompañada por el gabinete económico y otros ministros, añadió otra señal inteligente. Hay equipo, se quiso transmitir.
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La corrida y los tiempos: “Si al tiempo le pido tiempo/no me lo niega jamás”, cantó María Elena Walsh. Se nota que no se dedicaba a las políticas públicas en contexto de crisis. Hace cuatro meses que Alberto le declaró la guerra a la inflación. Menos de dos desde que se implementó un refuerzo de ingresos que llegó a millones de argentinos, un fuerte esfuerzo fiscal. Las alegaciones y la platita entraron en el olvido.
Batakis tiene un bagaje técnico sólido, experiencia en gestión estatal, militancia en el peronismo. Años de servicio, mirada federal, una trayectoria. Compararla con el ex superministro Domingo Cavallo constituye una demasía, injusta. Juan Grabois representa a sectores desfavorecidos, es hábil declarante ante los medios. Exige soluciones que vienen demoradas. Puede exagerar desde su posición. Otros miembros de la coalición gobernante tendrían que ser más equitativos con la funcionaria que agarró una brasa ardiente.
Los ataques contra el dólar, las maniobras especulativas de los dueños del poder económico se disfrazan con argumentos… van en pos de una devaluación feroz. Los argentinos, que conocen la incertidumbre de los “lunes negros”, son asimismo expertos en las consecuencias de las devaluaciones. Dilución de los salarios reales, aumentos de precios (aún más) siderales, mayor concentración de la riqueza. Rejunado el repertorio de ganadores y perdedores.
La primera meta de los anuncios de Batakis es impedir la devaluación incontrolada. Dispone de contadas herramientas. Las movidas, en especial la contención del gasto público, congelamiento de vacantes en planta permanente y otros organismos estatales disgustan y perjudican a buena parte de la base del Frente de Todos (FdT). Si se afina la mira es factible que muchos objetivos no se concreten: los que dependen de leyes para empezar. En cualquier caso tardarán.
De cualquier forma, la directiva “baja”: en ministerios y organismos varios se convoca a reuniones urgentes para retocar las previsiones de gastos para lo que queda del año. Retocar achicando, se entiende.
El llamado gasto social, algo así como el 60 por ciento del Presupuesto, es en tendencia inelástico a la baja. Las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo (AUH), los Potenciar Trabajo están normados, mensualizados, bancarizados. Seguirán vigentes. Pero si no se los actualiza o indexa, disminuirá mes a mes el valor de las prestaciones. La inflación devora.
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Equipo que falla, no cambia: Los chinos, portadores de sabiduría ancestral, saben decir que en toda crisis hay una oportunidad. Por ahí, pecan de voluntaristas. El Presidente entiende que la nueva crisis post guzmanista se resuelve con un solo relevo: el inexorable. Entra Batakis, no hay otras novedades.
“Equipo que gana, no cambia”, prescribe el adagio futbolero. ¿Está ganando el equipo oficial? Llamemos “albertistas” a sus colaboradores más afines, para aligerar el texto. El diagnóstico del albertismo se aleja del de muchos argentinos de a pie, del de las conducciones de los movimientos sociales, de las CTA, de los gobernadores, de la CGT.
El cuadro completo es complejo, distinto a otras crisis. Hay trabajo, en general. Hay consumo, se verá en las vacaciones de invierno. La gastronomía y los espectáculos recuperan público, salas o restaurantes a tope…Pero la política anti inflacionaria es el mayor talón de Aquiles del oficialismo.
Las interpretaciones albertistas yerran por sesgadas o focalizadas, alejadas del sentido común. “Los salarios le ganaron a la inflación”, ejemplo arquetípico. Aluden exclusivamente a los de trabajadores registrados medidos por el RIPTE. Es un índice, serio, que mide la remuneración promedio que perciben los trabajadores en relación de dependencia del sector privado, que han sido declarados en forma continua durante los últimos 13 meses. En criollo, el promedio anual de un tercio del mundo del trabajo. En esta columna los porcentuales son aproximados, para arrimar el bochín. Pero, ay, hasta este cálculo minoritario hace agua, si se lo pone bajo una lupa jauretcheana. Los aumentos de precios son diarios, los de sueldos mensuales o bimestrales, en el mejor de los supuestos. Corren desde atrás.
Los asalariados no registrados representan a cerca del 42 por ciento de la clase.
Crece un nuevo sector, que el macrismo empujó hacia abajo y la recesión forzada durante el Aislamiento Social Obligatorio (ASPO) puso en jaque o noqueó. Cuentapropistas, profesionales, prestadores de servicios, emprendedores que zafaban laburando todos los días, sin capacidad de ahorro. Los sucesivos Ingresos Familiares de Emergencia (IFE) expusieron su existencia y desamparo. El refuerzo de este año lo corroboró.
En un interesante artículo publicado en ElDiario.Ar el investigador Matías Maito bautiza a ese colectivo inorgánico como “Los anteúltimos”. Describe: “Son trabajadores de hogares pobres o que se encuentran apenas por encima de la línea de pobreza. Qué están por fuera de la cobertura de las normas laborales y la representación sindical. Donde en general no llegó la atención del Estado ni la intervención de las organizaciones sociales. Y que durante la última década atravesaron un proceso de empobrecimiento desprovistos de mallas de contención”.
Los organizados reaccionan a su vez. Las movilizaciones de diversos movimientos sociales, desde la izquierda hasta los oficialistas (con variados grados de entusiasmo) lanzan una alerta para el Gobierno.
Hasta la Confederación General de Trabajo anuncia una marcha para mediados de agosto. Largo plazo, consigna poco clara… pero imposible dudar que interpela al gobierno entre otros destinatarios.
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Las cuentas desordenadas: Batakis conoce a fondo el manejo de las cuentas públicas, mejor que sus detractores propios o adversarios. Bien leídas, sus directivas apuntan a bajar el gasto pero también a ordenarlo. Albertistas de primera hora reconocen que “Martín” descuidó ese flanco, sobre todo en los últimos meses. Laburó menos en equipo, acaso debió irse -- discurren quienes lo bancaron-- cuando cerró el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La carencia de Presupuesto descalabra el manejo de las reparticiones públicas. El daño causado por la mala praxis opositora se hace sentir. Por añadidura, el Jefe de Gabinete Juan Manzur, reconocen sus pares, no ejerce las funciones ordenadoras de sus precursores. No lo culpan porque no se lo llamó para eso, en la primera crisis de Gabinete. La idea era sumar “volumen político” y colocar a un colega para articular con los gobernadores. A esta altura de la soirée los gobernadores se distancian y arriman a Cristina, se auto perciben desatendidos en la Casa Rosada, piden más atención. Y, desde ya, más recursos.
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Pandemia y guerra, la segunda y tercera plaga: Aclarando el subtítulo por si es menester. La primera plaga fue el macrismo con su política devastadora, la deuda récord contraída, la doctrina Irurzun, el espionaje paranoico onda Richard Nixon.
La sucesión entre la peste y la guerra en Ucrania descoyuntan la economía y la política en países más sólidos que el nuestro. Hará quince años el politólogo italiano Gianfranco Pasquino publicó un libro notable sobre los sistemas parlamentarios europeos. Se titula “Los poderes de los Jefes de Gobierno”. Destacaba que el británico era el régimen más estable, con prolongados mandatos de primeros ministros y contadas crisis de gobernabilidad. En el otro extremo, el italiano: pletórico de sobresaltos y cambios. Hete aquí que en pocas semanas sendas renuncias hermanan a los otrora sistemas diferenciables. En Italia y en Gran Bretaña, los primeros ministros saltan como fusibles. Boris Johnson duró dos años, un suspiro si se compara con Margaret Thatcher o Tony Blair.
Los europeos temen la llegada del invierno, adoptan medidas estatistas. Cargan con la bronca ciudadana. El mundo es un espanto, en el 2022 también.
En la Casa Rosada y zonas de influencia se subrayan los condicionantes externos. Les asiste razón, siempre que se asuma que la inflación 2021 antecedió a la invasión rusa a Ucrania. Y que todos los indicadores que se disparan en otras latitudes, se potencian acá. Parte de los problemas son propios, preexistentes.
El Gobierno jamás consiguió imponerse a los grandes formadores de precios, el reproche es clásico.
Respecto de una eventual disminución del trabajo informal, todas las fichas de la Casa Rosada apuestan al despliegue de la economía. Pero en dos años y medio de gestión han fallado los mecanismos para controlar o castigar. Para dictar sanciones relevantes desde el punto de vista económico. O de peso simbólico, cuanto menos.
Otra perla son los abusos de las Aseguradoras de Riesgo del Trabajo (ART) frente a las enfermedades y padecimientos de los laburantes como consecuencias de la pandemia y otras malarias. Un tema que activa demandas de pocos gremios pero que agrava la explotación y la desigualdad.
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Un debate que vale la pena: La dirigencia del FdT enaltece los debates internos. De vez en cuando estos derrapan a la diatriba, la chicana, las recriminaciones por cuitas pasadas, la falta de respeto. Lastiman al conjunto, irritan a la opinión pública, alejan a "la gente" de "la política".
Sí vale la pena la polémica sobre el Ingreso Básico Universal o el Salario Básico Universal u otra institución similar. Como debate pendiente, como deuda que no nació con la guerra en Europa. Hay un proyecto de ley con destino improbable en Diputados. Otra iniciativa, impulsada por el exdiputado Claudio Lozano y el partido Unidad Popular, conjuga la Universalización de ingresos y un programa de empleo garantizado. Iniciativas perfectibles que ameritan revisiones a fondo.
Son reformas arduas. Reacomodar planes y programas puede generar disfunciones en el corto plazo. Los recursos para fondearlos tienen que analizarse con detalle. Caben las controversias, no hay por qué subestimarlas. Las complejidades, los desafíos y las urgencias deberían servir de incentivo y no de argumento para el rechazo.
El torniquete para impedir la corrida es prioridad en estas semanas, vale. Pero las ausencias de nuevos derechos sociales es una falla que acompaña y debilita a este gobierno.
Terminemos con algo que puede parecer una digresión. Tal vez no lo sea o no lo sea plenamente. Se cumple otro aniversario de la sanción de la Ley de Matrimonio Igualitario. Cuando se trató en el Congreso, la derecha cultural y la jerarquía de la Iglesia Católica (entre otras) pusieron el grito en el cielo. Vaticinaron perversiones, decadencia moral, derroches de casamientos y divorcios. La vida transcurrió, mejoraron los derechos de gente común, buena parte de la sociedad civil elaboró y naturalizó los avances. Muchas personas lograron reconocimiento, prestaciones sociales. Seguro que algunas hasta fueron más felices.
En términos más generales Guillermo O’Donnell escribió, hace años: “La historia nos enseña que los derechos nunca han sido regalados; siempre han sido producto de largas luchas libradas contra las predicciones catastrofistas de los conservadores (…) Otra lección histórica es que las conquistas de esos derechos solo han perdurado cuando fueron inscriptos en una legalidad democrática que se ha expandido al ritmo y como consecuencia de estas luchas”. Lección interesante del maestro, para tomar en cuenta aún (o sobre todo) en circunstancias difíciles.
Fuente: PAGINA/12