Oda a Frida: va todo a la ganadora de ABBA
09.11.2021
Hay una razón por la que Anni-Frid Lyngstad domina el regreso discográfico del cuarteto de oro sueco, y muchas otras por las que siempre ha sido su miembro más interesante. Y, encima, ahora con título de princesa y tratamiento de alteza serenísima.
Oda a Frida: va todo a la ganadora de ABBA
Hay una razón por la que Anni-Frid Lyngstad domina el regreso discográfico del cuarteto de oro sueco, y muchas otras por las que siempre ha sido su miembro más interesante. Y, encima, ahora con título de princesa y tratamiento de alteza serenísima.
Es una de las secuencias más desconcertantes, perturbadoras incluso, de Mamma Mia!. Sam (o sea, Pierce Brosnan en la versión cinematográfica del musical, estrenada en 2008) levanta la copa en un momento del banquete de su boda con Donna (Meryl Streep) para entonar When All Is Said and Done. "Va por nosotros, un brindis más", comienza a cantar. Que ese primer verso lo ponía a huevo en el guion, seguro; que pocas canciones menos afortunadas para ilustrar la felicidad de una pareja, también. Porque si hay una composición en el magno repertorio de ABBA que exprese de forma tan elocuentemente demoledora el desamor es esta, la que cuenta la ruptura entre Benny Andersson y Anni-Frid Lyngstad. Sin reproches ni lágrimas, en las antípodas del manierismo sensiblero y llorón de The Winner Takes It All –la del divorcio de Björn Ulvaeus y Agnetha Fältskog–, solo la cruda y tristérrima verdad de quienes asumen que ya no se quieren condensada en poco más de tres minutos de perfección (electro)pop.
Incluida en The Visitors (1981), último álbum de estudio hasta este mismo viernes del cuarteto de oro sueco, When All Is Said and Done es una de esas tonadas de ABBA que no pasa el corte de la popularidad. Y, sin embargo, supone una de sus cumbres: lírica por lo que le toca a Ulvaeus, autor de una letra que pone los pelos como escarpias (si conocería bien a sus colegas que no escatimó ni en referencias sexuales, eliminadas de un casto plumazo en la adaptación al español, No hay a quien culpar); interpretativa por parte de una Anni-Frid en estado de gracia, que lidera vocalmente la pieza –era su historia– con pasmosa contención. Ella y Andersson se habían conocido antes de formar el grupo, en 1969, y en 1971 ya estaban viviendo juntos, aunque no se casarían hasta 1978. La separación llegó apenas dos años después y el divorcio, al siguiente. Nunca formaron una familia. Que la suya era una adulta relación abierta se desprende de esta declaración de Lyngstad tras la ruptura: "Simplemente nos cansamos el uno del otro. Siempre hemos sido muy honestos, nos contábamos todas nuestras aventuras, y después de mucho hablarlo decidimos que lo mejor era que cada cual siguiera su camino". ABBA quizá podía aguantar que Björn y Agnetha mantuvieran las distancias sentimentales (firmaron el divorcio en 1979, de hecho), pero no el abismo emocional abierto entre Benny y Anni-Frid, seminal razón de ser de tan engrasada y arrolladora maquinaria.
Se titulaba Frida y fue el disco que sentó las bases de ABBA. El debut como solista de Lyngstad producido por Andersson, en 1971. Una colección de standards pop estadounidenses que en la garganta de aquella experimentada cantante de jazz noruega adquirieron una calidez inusitada. Trasladar tamaño hallazgo a la idea de conjunto vocal que su pareja tenía en mente resultó fácil en cuanto entró en escena el matrimonio Fältskog-Ulvaeus (el teclista había tocado el órgano en la boda de su amigo guitarrista, en julio de aquel mismo año). Esa fue siempre la intención: trascender, sublimar la melodía y el estribillo perfectos mediante la voz. Y al unir la sedosa profundidad de la mezzo-soprano cobriza con la vibrante sonoridad de soprano de la rubia ocurrió el milagro. La manera en que la una subrayaba a la otra y la otra adornaba a la una sin imponerse ninguna, la complicidad con que empastaban hasta fundirse indistinguibles, la sensibilidad para abordar virguerías tonales. Pocas armonías tan extraordinarias como las suyas en la historia del pop (ni las de Stevie Nicks y Christine McVie en Fleetwood Mac; si acaso, las de Kate Pierson y Cindy Wilson en The B-52's). Aquel brillante equilibrio encontraba además respuesta en el reparto equitativo de las canciones, que los compositores adjudicaban muy inteligentemente en función de las necesidades del tema. No, la diplomática teoría de que cada cual elegía la que quería nunca se sostuvo. También cabía pensar que la capacidad para alcanzar octavas altísimas de Agnetha le proporcionaba una posición de privilegio, pero la mayor versatilidad para pasar de graves a agudos con un vendaval de pecho jugó en realidad antes en favor de su compañera. Sobre todo cuando la estructura de las composiciones se fue complicando más y más (pre-estribillos, falsos estribillos y hasta ausencia de ellos). Por algo la única canción en solitario de todos los álbumes del cuarteto (Like an Angel Passing Through My Room) se la quedó Frida. En la simbólica portada de The Visitors aparece ocupando el centro, entronizada ante el Eros del pintor Julius Kronberg, el resto del grupo disperso y socialmente distanciado en la penumbra.
Pues estaba cantado: el regreso de ABBA cuatro décadas después llega avalado de nuevo por las habilidades vocales de Frida. Hay, claro, una razón fisiológica: la capacidad para dar las notas más altas merma con la edad. Ni Agnetha (71 años) ni Anni-Frid (75) brillan vocalmente como antaño, pero la gravedad del registro natural de la segunda ayuda a mantener mejor el tipo. Una ventaja que aprovecha en las seis tonadas que abandera de las diez que conforman el flamante Voyage, incluida la testimonial I Still Have Faith in You, recordatorio de lo mucho que les gusta la teatralidad a Andersson y Ulvaeus. No es secreto alguno que, como músicos y compositores virtuosos, siempre aspiraron a crear musicales. El sueño lo materializaron en Chess, producción escénica coescrita junto al legendario Tim Rice y estrenada en Broadway en 1985. Pero ya lo venían acariciando con sus experimentos en ABBA. Thank You for The Music, por ejemplo, la idearon como parte de The Girl with the Golden Hair, conato de musical del que también formaban parte I Wonder (Departure) y I'm A Marionette, que acabaron en The Album, quinto elepé del grupo lanzado en 1977. El penúltimo sencillo como cuarteto, The Day Before You Came (1982) acusa idéntica elaboración teatral. Personalmente aludida en la narración, que citaba con sorna a la escritora feminista estadounidense Marilyn French, Agnetha pidió grabarla casi a oscuras, por si se le escapaba alguna lágrima. Fue su canto del cisne con el grupo, superior incluso en emoción a la canónica The Winner Takes It All, pero también el golpe definitivo a su victimizada imagen mediática.
Rica y famosa, abnegada esposa y madre de dos retoños, a la prensa no se le escapó la fragilidad e inestabilidad tras la eterna sonrisa helada de Fältskog. Encima, era la favorita del público, rubia angelical, voz dulce, la Dancing Queen que repartía alegría y buen rollo. Por eso se cebó con ella en cuanto se intuyeron las grietas, que odiaba salir de gira y que su idílico matrimonio hacía aguas. Cuando Ulvaeus apareció en romántica compañía de otra una semana después de su separación, fue el acabose. A Agnetha le costó años de terapia y alejamiento profesional superar el trago. Hasta dejó de escuchar música durante un largo periodo, según reconocía en el documental ABBA Forever (2020). Meterse con Frida, sin embargo, no resultaba tan sencillo. Y eso que tenía todas las papeletas como hija del Lebensborn, el programa eugenésico de la SS nazi en su extensión noruega. ‘Tyskerbarnas’, bastardos de los alemanes, llamaban sus paisanos a los niños que, como ella, concibieron soldados teutones y mujeres locales. Un episodio tan sensible como molesto que en realidad convenía no airear: tras la guerra, aquellos chiquillos y sus familias fueron humillados, perseguidos a muerte incluso, de ahí que su madre buscara refugio para la pequeña Anni-Frid y su abuela en Suecia. La revista alemana Bravo sacó a luz los hechos en 1977 y así se descubrió que el padre de la cantante seguía vivo, pastelero retirado en la Alemania Occidental. Andersson consiguió llevarlo a Estocolmo para que su entonces pareja pudiera al fin conocerlo. Los papeles de la época dieron cuenta de la tensión del encuentro, obviando eso sí cualquier referencia explícita a la naturaleza de su filiación. Solo cuando el diario británico The Guardian se hizo eco de las exigencias de reparación de los 'tyskerbarnas' supervivientes ante el Tribunal de Estrasburgo, en 2002, se destapó todo el pastel. Modelo de superación a imitar, los demandantes intentaron convertirla en mascarón de proa de su causa. Ella prefirió mantenerse al margen.
Lourdes Ornelas, madre del hijo de Camilo Sesto: “En México, si tienes un familiar adicto, puedes ingresarlo en un centro de rehabilitación. Aquí en España es imposible”
La aspereza que proyectaba como mujer resuelta e independiente, con un primer divorcio del también músico Ragnar Fredriksson ya a sus espaldas, le vino bien a Frida. Ese aire de Greta Garbo distante, reverso oscuro de Agnetha, perfecto para desactivar ñoñerías de campeonato (I Have a Dream), espolear el escándalo (When I Kissed The Teacher) o dar rienda suelta al miedo (The Visitors, genialidad a caballo entre el synth pop y la high energy que refería la angustia existencial de los disidentes soviéticos, utilizada políticamente por el Gobierno estadounidense en su guerra fría con Moscú). Y luego estaban sus extravagancias estilísticas, claro. Para evitar odiosas comparaciones, el vestuario del grupo tenía mucho de uniforme, bien de estilo glam en sus inicios, bien de corte disco hacia finales de los setenta. Los diseñadores Karl Owe Sandström y Lars Wigenius se ocuparon de que fuera así prácticamente hasta 1980, con Super Trouper. Y, de repente, Frida da el volantazo: se corta la icónica media melena pixie en favor de un sorprendente mullet y se entrega a los excesos indumentarios de los nuevos románticos, hombreras, cuellos victorianos y 'ataideas' incluidos. "Me gusta pensar que tengo conciencia de moda, sin llegar a ser su esclava", constató una vez. Que la maniobra tuvo mucho que ver con el deseo de recuperar su autonomía profesional resultó evidente cuando, en septiembre de 1982, lanzó su tercer disco como solista, tres meses antes de que ABBA hiciera mutis por el foro con el sencillo Under Attack y el recopilatorio The First Ten Years, los años que habían durado juntos, vamos.
Con su giro hacia el rock adulto producido por Phil Collins y cantado íntegramente en inglés, Something's Going On desencasilló a Frida y la catapultó al siguiente nivel. Se estrenó como compositora y se dejó mimar por estrellas del alcance de Bryan Ferry, Russ Ballard o Elvis Costello, aunque la canción que le envió no llegó a entrar en el álbum. Sí lo hizo To Turn The Stone, gema sintética de Giorgio Moroder y Pete Bellotte que Donna Summer recuperaría en 1997. Y le pidió expresamente a un Per Gessle pre-Roxette que musicara para ella el poema Threnody de Dorothy Parker. Remasterizado y ampliado con temas extra en 2005, a día de hoy sigue siendo el trabajo en solitario más vendido de todos los componentes de ABBA: un millón y medio largo de copias en todo el mundo, como poco 300.000 más que el debut internacional de Agnetha, Wrap Your Arms around Me, en 1983. Y eso que, a diferencia de esta, Frida no tenía intención alguna de complacer a los fans de su antigua formación. Un propósito aún más marcado en su siguiente álbum, Shine (1984), para el que contó con los favores del británico Steve Lillywhite, integrante de Big Country que venía de producir a Johnny Thunders, XTC, Siouxsie And The Banshees o U2. Adelantado a su tiempo, Robyn, Annie, Tove Lo, Sally Saphiro, Lykke Li, Mo y The Knife podrían mirarse ahora en él. En Europa no perdonó el top 10, pero por problemas de la discográfica no pudo publicarse en Estados Unidos. Un golpe para su autora que, a partir de entonces, prefirió centrar la acción en el mercado escandinavo.
Si bien cada vez más esporádicamente, Anni-Frid ha seguido grabando y actuando, aunque sus intereses son otros desde los noventa. Véase su activismo feminista y medioambiental, que ejerce a través de su propia fundación orientada a programas de concienciación entre niños y jóvenes y al que canta en Bumblebee, llamada de atención a propósito de la desaparición de las abejas incluida en Voyage. Eso y que en 1986 se fue a vivir a Suiza con Heinrich Ruzzo Reuss, arquitecto paisajista, príncipe de la casa teutona de Reuss y conde de Plauen. Se casaron en 1992 –ella en terceras nupcias, él en segundas– y vivieron felices en el castillo familiar de Friburgo hasta la muerte del aristócrata, en 1999. Pariente del rey Carlos Gustavo, con él entró en el círculo de la familia real sueca y se hizo íntima de la reina consorte Silvia. Pero es que, atención, a la cantante hay que tratarla hoy como su alteza serenísima la princesa Anni-Frid de Reus, condesa de Plauen, títulos que conversa por aquel matrimonio. Si decidiera reincidir por cuarta vez con su actual pareja, el par británico Henry Smith, podría añadir a la lista el de vizcondesa de Hambleden. "Sin resultar pretenciosa, pero con dignidad", entona en la nueva Ode to Freedom. Oda a Frida, podría haberse titulado. Menudo avatar regio el suyo para esos conciertos a escenificar con hologramas el próximo año.
Fuente: vanity fair